Cargada…

Me siento inquilina en mi país, viviendo en el propio inodoro al cual amo inmensamente a pesar de la mugre y la sequía, lloro
no deseo sucumbir pero tartamudeo incontinencias
porque no logro vislumbrar un bálsamo entre tantas miserias.

El rótulo de la candidez comienza a ceder, es un trozo de chatarra,
y pregunta a la lealtad, si tiene la osadía de no mirar más canallas
en este lodazal por otro paisaje que tenga caricias en mis ventanas
sensaciones sin perdigones, tajadas de amor muchas semanas.

Quiero desnudar mi saturada entereza y sentenciar mi disgusto
no hay aliño, todo es bravura, reseco, solo una abulia, que susto.
Se requiere una embestida para este corazón subversivo
dispuesto a todo, al cambio absoluto, lo inhumano y corrompido.

Quisiera indagar si existe chance o debo ejecutar una proeza
para ser feliz y darle la satisfacción a otro de tener lo mismo
sin catálogos ni instrucciones, simplemente con nuestra belleza
interna, sin jorobas ni broncas, pero con ternura de sismo.

Deseo un diluvio profundo, a la vez sereno y gotas de pasión
tan intenso que pueda borrar las manchas, tan frágil
para cuidarlo con esmero y no se esfume tan pronto de mi corazón,
no un sueño corto, si una larga y hermosa de por vida sensación.

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